Las playas de Chile VII
Muchos podrían haberlo llamado Utopía
porque sus habitantes viven solamente
de lo que comparten, de los trabajos
en las faenas de la pesca y del trueque.
Ellos habitan en cabañas de tablas a las
orillas del mar y más que con hombres
se relacionan con sus ánimas y santos que
guardan para calmar la furia de las olas.
Nadie habla, pero en esos días en que la
tormenta rompe, el silencio de sus caras
se hace más intenso que el ruido del mar
y no necesitan rezar en voz alta
porque es el universo entero su catedral
i. Solitarias todas las playas de Chile se iban elevando como una visión que les bañara las pupilas
ii. En que Chile fue el hijo lanzándonos un adiós desde esas playas y nosotros el horizonte que lo despedía eclipsado clavándole los ojos
iii. Y en que lejanas ya no hubo playas sino la solitaria visión donde los muertos lanzaron el adiós que nos clavaba en sus miradas renacidos vivísimos como corderos bajo el cielo emocionado en que la patria llorando volvió a besar a sus hijos
Cordilleras II
Blanco es el espíritu de las nevadas
Blanca es el alba tras los vientos
Pero mucho, mucho más blancas, son
las demenciales montañas, acercándose
i. Blancas son las marejadas de los Andes allá como oleadas que vinieran
ii. Desde los horizontes del viento y la nieve desbordándose hasta que ni el mar las parara
iii. Y entonces como si jamás hubieran sido como si jamás se hubieran quedado como si los mismos cielos las llamaran todos pudieron ver al azul del océano tras la cordillera tumultuoso americano por estas praderas marchando
Anteparaíso, 1982