Olga Lucía Betancourt
Atlántico
Yo caminé por tus playas
como un cielo nuevo
y me entregué a tu violencia
como a un nuevo nacimiento.
Yo estuve en tu Punta Arenas
una tarde sin sosiego.
Anclada en una ensenada
de soledad y silencio.
Tus playas se me aparecen
esta noche de pena,
centelleando en las sombras
como pintadas con fuego.
Triganá, bahía rubia
con sus bosques de misterio.
Playa Rufino, sirena
soberana entre los peces.
Acandí, Sapzurro, pueblos
de lenta y verde belleza.
Puertas de sol que salmodian
bajo la luz de la tarde.
su ondulante ritmo negro.
Hoy sólo recuerdos quedan
entre tu luz y mi ausencia.
Recuerdo y melancolía.
Porque añoramos las cosas
cuando ya no las tenemos,
pero en su plena vivencia
las encontramos tan cerca,
que nos parece imposible
que un día, tan sólo sean
viejos retazos de vida
fugándose del cerebro.
Tu voz me llega del recuerdo…
tu voz de siempre,
con sus tonos oscuros
que inflamó mis deseos.
Tu imagen blanca y voluptuosa
y tu boca, ambiciosa de besos.
Vuelven las noches hondas…
Veleros donde iba la música
Como una ola
sacando del tiempo.
Te recobro en las lunas
de mi errancia,
y te alzas en las sombras
de todos mis sentidos
como una cruz de fuego.
Reincido en las palabras
de la canción antigua
—Luna azul de tus sueños—
que me arrastran de nuevo
hacia el mar de tu cuerpo.
¡Tu hermoso cuerpo blanca!
El gran surco fecundo
donde sembré mi cuerpo.