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En Lisboa

 

 

Entra en el Café y siéntate a la mesa que

aún no fue limpiada, como si no tuvieras

elección alguna. Aleja de ti el cenicero, la taza aún

tibia, el vaso de aguardiente bebido hasta la última

gota, y sacude tu pelo para que las sombras

que allí estaban se dispersen. Tus ojos

quedan presos del techo, donde una tira mata-

moscas se queda allí desde un verano pasado

hace tiempo. Manchas de humedad y humo,

yeso a la vista, componen el cuadro

abstracto en donde buscas un sentido para

lo que te falta. Tus manos titubean, sobre

las piernas, como si no hubieras decidido

qué hacer. ¿Pero si volvieras a salir, por

donde irías, ahora que ha bajado la tarde y ya no

se ve quién pasa detrás del escaparate? ¿Y

si te quedaras, quién podría llegar a esta hora

para no dejarte sólo contigo, a la mesa que

el camarero tarda en venir a limpiar? Sin saber

por qué, he tenido tu imagen, y hablo con ella

en este poema que conoce tu nombre, sin nunca

decirlo, como si le hubieras intimado el secreto.

 

 

 

La materia de la poesía

Para Salah Stétié

 

 

Hay una sustancia de las cosas que no

se pierde cuando las alas de la belleza

la tocan. La perdemos de vista, a veces,

entre los rincones de la vida; pero

ella nos sigue con su deseo

de permanencia, y viene a contaminarnos

con la infección divina de una fiebre de

eternidad. Los poetas trabajan

esta materia. Sus dedos extraen

el caso del interior de quien va

a su encuentro, y saben que lo improbable

se encuentra en el corazón del instante,

en el cruce de miradas que

la palabra de la poesía traduce. Leo

lo que escriben; y desde la llama

que sus versos alimenta se levanta

un humo que el cielo dispersa, entre

el azul, dejando apenas un

eco de lo que es esencial, y queda.

 

 

 

La materia de la poesía, 2015.

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