Luis García Montero
Granada, 1958. Poeta y ensayista. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada, obtuvo su Doctorado en la misma Universidad. Es Catedrático de Literatura Española. Entre sus libros de poemas pueden destacarse: Y ahora ya eres dueño del Puente de Broklyn (1980), Tristia (en colaboración con Álvaro Salvador, 1982, Hiperión 1989), El jardín extranjero (1983, Hiperión 1989), Diario cómplice (Hiperión, 1987), Las flores del frío (Hiperión, 1991), Habitaciones separadas (Visor, 1994), Completamente viernes (Tusquets, 1998), La intimidad de la serpiente (Tusquets, 2003), Vista cansada (Visor, 2008), Un invierno propio (Visor, 2011), Balada en la muerte de la poesía (Visor, 2016) y A puerta cerrada (Visor, 2017), entre otros. Se le han concedido los Premios: Federico García Lorca de la Universidad de Granada (1980), Adonais (1982), Loewe de Poesía (1993), Premio Nacional de Poesía (1994), Premio Nacional de la Crítica (2003), Premio de la Crítica de Andalucía (2008), Premio Poetas del Mundo Latino (2010) y Ramón López Velarde (2017).
La recompensa
Aunque no sea verdad,
porque el tiempo hace mundos igual que se hace daño,
déjame que aproveche este calor final
de la tarde imprecisa.
Quiero sentirme dueño de las horas.
Para encontrarme a mí
he aprendido a seguirte.
Salgo por la memoria y no llego a un recuerdo,
sino a este modo de vivir despacio
las cosas que me das.
Todavía camino por la ciudad aquella
y soy el habitante de lo que sucedió
la semana que viene,
de los hechos que pueden ocurrir
hace ya muchos siglos,
cuando los pies del tiempo que nos falta
escriban junto al mar
la orilla laboriosa del pasado.
Todo está en ti. Y todo permanece
mientras rueda en el cielo
la luna primitiva.
Cada intuición es una huella,
cada recuerdo el porvenir,
hoy es ayer para decir mañana.
El otro espejo
Te veo conducir
por el camino de la tarde.
Con los ojos clavados
vuelves a tu ciudad
y en la cuneta quedan las desgracias,
los años, los amores
como si fuesen árboles caídos.
Son de hoja perenne, no te engañes.
Envejecer es la costumbre
del rostro que sorprende en las arrugas
su propia identidad,
esa historia dudosa
del delincuente honrado.
Igual que los destinos más vulgares,
el tuyo está en las manchas de mi piel.
Una debilidad con piel de lobo.
Que cada curva salve un precipicio,
no limpia la mirada.
Que no haya más excusas
para justificar la dirección,
tampoco nos condena.
La lentitud y la velocidad
ya no discuten por nosotros
a los dos lados del espejo.
Marcas, herencias, huellas.
Cuando llegues a mí
no estará el corazón.
Estaré yo para pensarlo todo.
A puerta cerrada, 2017.