



Jorge Galán
San Salvador, Salvador, 1973. Estudió Letras en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Algunos de los libros que ha publicados, son: Tarde de martes, (2004), El día interminable (2004), Una primavera muy larga (2006), Breve historia del alba (2007), La habitación (2007) y Estanque colmado (2010), entre otros. En el año de 1996 gana su primer premio con los Juegos Florales, organizados por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Y el Premio Nacional de Poesía en los años 1996, 1998 y 1999. En el 2000 se le concede el Gran Maestre de Poesía Nacional y, en el 2004, con Tarde de martes, gana el premio Hispanoamericano de Poesía de Quetzaltenango, Guatemala. Ese mismo año obtiene el Premio Nacional de Novela con Unos ojos sombríos. En el 2006 con su poemario Breve historia del alba recibe el Premio Adonais y, con su novela El sueño de Mariana gana nuevamente el Premio Nacional, recibe el Premio Internacional Antonio Machado 2009. También ha publicado literatura infantil: El premio inesperado (con el sello Alfaguara) y Una primavera muy larga, premio Charles Perrault (2005), organizado por la Alianza Francesa en El Salvador. Entre sus más recientes logros se encuentra el largo poema Los trenes en la niebla, el cual recibió el Premio del Tren Antonio Machado (2010) de Madrid y su libro de poesía infantil Los otros mundos que ha sido publicado por Alfaguara este año. En el año 2011 obtuvo el Premio Iberoamericano para obra publicada Jaime Sabines. Asimismo, recibió el Premio de la Real Academia Española en 2016.
En el borde
Tirado sobre el hielo, me estiré para tocar con mis enormes manos
las puntas de los oscuros hemisferios.
El sol era un pez muerto sobre la superficie de una pecera.
En algún sitio, las ballenas imitaban el sonido de los abismos
y los iceberg enormes parecían fantasmas de continentes prehistóricos.
Cuando fue suficiente, me erguí como un hombre de hace miles de años
y divisé más al sur aún, hacia el final del mundo.
El horizonte era genuinamente curvo como el contorno de una luna en penumbra.
Y aún sin moverme, di la vuelta y todo aquello dejado vino a mí:
una calle bajo el centro del cielo hacia el norte lleno de acantilados
y una casa con todas sus ventanas cerradas y una silueta adentro de la casa,
una silueta, una mujer, otra penumbra, y sus ojos iguales a los míos.
Cuando me fui supuse que me había ido para poder contar
que había vuelto a pesar de que caminé a través de las cordilleras,
a la orilla de la nieve o entre los alacranes del desierto.
Una muestra de amor. Una prueba de que nada más existía
aún cuando había visto el amanecer y el atardecer desde siete lejanías distintas.
Pero lo cierto es que solo me fui porque no podía quedarme.
La única verdad es que mis cosas eran tan pocas que daba igual
hacia dónde me dirigiera con tal de que me dirigiera hacia algún sitio.
Hoy las puntas de los pinos rozan el viento hasta romperlo en brisas frías.
He venido hasta aquí para quedarme y esperar lo que deba esperar
y lo que se avecina es un verano donde la luz misma se ahoga
como un pan blanco en una taza de café hirviendo.
Aún erguido, al pie de todo horizonte admirable,
hablo conmigo mismo como el crepúsculo habla con lo sublime.
Me rodean tormentas. El cielo es ese estanque donde debo lanzarme
y en el borde del mundo el agua siempre es fría.
Lo que falta
La lluvia cubre la ciudad como una manta la cabeza de un hombre
asesinado a tiros. Hojas se pudren bajo mi pie, canciones
bajo mi lengua. Esta tarde el mundo no existe. La lluvia
es tan lenta que no toca el desierto, se evapora
como mi voz antes de tocar la melodía que intento repetir.
He olvidado lo que debí soñar. No recuerdo
lo que debí decir en la plegaria de la mañana
y he olvidado la plegaria de la mañana.
Me entretengo viendo hacia el horizonte enfermo de fiebres:
sé que no pertenezco a lo que observo.
Permanezco apartado de todo como un juez perverso y magnánimo.
La noche vuelve entonces de algún sitio que no conozco:
la oscuridad surge de mí. He suplicado demasiado.
Veo trenes en la terrible oscuridad. Quisiera bailar pero soy incapaz,
y quisiera también dormir bajo los astros, sobre la suave hierba,
aquello cotidiano para tantos que tampoco conozco.
Recuerdo los volátiles años cuando saltaba y me sostenía
segundos hermosos en el aire y era capaz de dormir en el patio:
el invierno era una sábana limpia tendida sobre el césped.
Entonces fui hermoso sin saberlo. Entonces, entonces, tantos entonces.
Alguien me dice que debería temer la eternidad.
Le respondo que solo soy un hombre.
El estanque colmado, 2010.