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Jordi Doce

Gijón, 1967. Poeta, prosista, crítico y traductor. Es doctor en letras por la Universidad de Sheffield, donde fue lector de español antes de serlo también en la Universidad de Oxford. Es autor de varios poemarios, entre los que destacan: La anatomía del miedo (Premio Antonio González de Lama en 1993), Lección de permanencia, Otras lunas (Premio de Poesía Ciudad de Burgos en 2002) y Gran angular (2005). En prosa, ha publicado: Hormigas blancas, Imán y desafío (Premio de Ensayo Casa de América) y Perros en la Playa, entre otros. Ha preparado ediciones bilingües de la poesía de autores como W. H. Auden, Paul Auster, William Blake, Anne Carson y T. S. Eliot. También colabora como crítico literario en periódicos y otras publicaciones culturales.

 

Aniversario

 

 

La puerta de otro año se cierra tras de ti
sin ruido de bisagras, sin llave escandalosa.
Estás donde no estabas aunque nada cambió,
contigo va tu aliento, la lumbre de tus íntimos,
el son de algunas líneas y aquel otro, insondable,
que brota de tus sueños sembrando apariciones.
A este lado del sol, de la sangre que gira,
tu cuerpo no ha caído de pronto en la vejez,
no encaneció la piel ni los ojos mermaron,
haciendo más pequeño el mundo, más difícil.
Es un día cualquiera, es el mismo y distinto,
pero está por hacer y en hacerlo se irá,
como siempre, otro día, mientras pardea el aire
al hilo de tus pasos, de estas nubes que cruzan.
Es un día cualquiera, con su ajuar de costumbres
inertes, su horizonte de anhelos, su flaqueza.
Sumar un año más no es sumar un anillo,
no es cruzar un umbral ni una horca caudina.
Caminas bajo el mismo cielo, las mismas alas,
mientras la tierra ofrece su raro laberinto
tus huesos ya celebran el sol que más calienta.

 

 

Gran angular, 2005.

 

 

 

Después de la tormenta

 

 

Cuelgan las nubes sobre el día

como una sucia piel curtida

o la panza de un animal

dispuesto para turbios sacrificios

ante los filos de la luz y el frío.

Aún tiemblan los vidrios

con el impacto del pedrisco

y en la aspereza del asfalto

palpita y se deshace

la mínima blancura de los hielos,

como siembra a destiempo

que ni el cuervo siquiera

codiciará.

                        Pasajera furia

que sobrecoge, súbita, deslizas

en el oído un fondo percusor

sobre el que vuelve a florecer la vida,

feraz como el vapor de los jardines,

mientras arriba

las inquietas puntadas de la luz

abren en la grisalla

la imagen espectral

de un asombro para dubitativos.

 

Lección de permanencia, 2002

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