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Federico Díaz-Granados

Bogotá, 1974. Poeta, periodista, profesor de literatura y gestor cultural. Es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Ha publicado los poemarios Las voces del fuego (1995) y La casa del viento (2000). Han aparecido las antologías de su obra Álbum de los adioses (2006), La última noche del mundo (2007) y Las horas olvidadas (2010), y ha preparado las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz ( 2001), Doce poetas jóvenes de Colombia (1970-1981) y Antología de poesía contemporánea México-Colombia (2011). Es uno de los poetas incluidos en Poesía ante la incertidumbre. Nuevos poetas en español (2011). Sus ensayos sobre literatura se recogen en La poesía como talismán (2012). 

 

Suenan timbres

 

Homenaje a Luis Vidales

 

Golpean, llaman.
Suenan timbres en la casa.
Alguien busca algo a horas imprevistas.
Serán de la oficina postal
o los mormones ofreciendo Biblias.
Algún extranjero despistado
o el mendigo que viene por su ración de pan.
Será la vecina que quiere hablar sobre la carestía
o su esposo el prestamista a cobrar los intereses.
Quizá el plomero
o la gitana a pronosticar malos días,
extrañas pestes y fuertes infecciones.
Quién golpeará a esta hora inoportuna.
No es el amor,
no es el hijo, ni mi padre.
Seguro será la muerte y el ropavejero
que vienen por mi cuerpo con su derrota
o el casero a desalojar,
que es lo mismo.

 

 

 

Pastelería Metropol

 

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad

Luis García Montero

 

Miro en la vitrina
el reflejo de mi cuerpo
Sobre el vidrio
Y me veo gordo, cansado, sobre aquellos pasteles de vainilla.

Y pienso en los amigos que no volví a ver
¿y qué sabían ellos de este corazón caduco
donde no cabe ni un centímetro del mundo?

Y cuando no te reconoces en los pasos del hijo, ni en el espejo
harto de esquivar malos presagios
viendo de lejos el esplendor de las pérdidas
lo indescifrable y lo desconocido.

Callo: mi silencio alcanza ese cuerpo que no entiendo,
desmancho mi corazón de su último incendio.

Y sigo extranjero en ese vidrio,
gordo y cansado
y atrás de mí
algunas sombras, gestos de abuelos y tíos muertos
sobre los pasteles de vainilla.

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